En lugar de decirle a tus amigos que estás entregando a la vida espiritual, cosa que alguna vez les hace alzar las cejas con gesto de sorpresa, debes decirles: "Estoy aprendiendo a amar". Es lo mismo.
Aprender a amar tal como nos lo dice san Agustín es la más exigente, difícil, deliciosa y atrevida de las disciplinas. No significa querer sólo a unos cuantos miembros de la propia familia, que a menudo equivale a levantar una suerte de anexo del ego. Tampoco quiere decir amar nada más que a quienes comparten los propios puntos de vista, leen los mismos diarios o practican los mismos deportes. Amar, y es el mismo Jesús quien lo expresa, significa bendecir a quienes nos maldicen, hacer el bien a quienes nos odian.
La mayoría de nosotros no empieza por bendecir a quienes nos maldicen. Eso ya es un curso de graduados. Empecemos por el primer grado: siendo amables con aquellos parientes que están enemistados con nosotros.
A su debido tiempo se avanza en los estudios, y estaremos en el colegio donde aprendemos a aproximarnos a quienes tratan de apartarse de nosotros. El curso universitario significa devolver bien por mal. Y, finalmente, estaremos en el curso para graduados: "Devuelve amor por odio". Entonces sí, aprenderemos a dar nuestro amor a todos: a las personas de otras razas, países y religiones, de diferentes puntos de vista y distintos estratos sociales, sin experimentar por ello la menor sensación de diferencia o distinción.
Pensamientos inspiradores de Eknath Easwaran
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