22 abril 2012

DRISHTIS. LA MIRADA CENTRADA EN UN PUNTO

Los Drishtis son los puntos donde se dirige y fija la mirada durante la práctica de Yoga, con el fin de aportar mayor concentración.
Si bien la práctica de pranayama se lleva a cabo casi siempre con los ojos cerrados, la mayoría de las formas de Hatha yoga trabajan las asanas con los ojos abiertos especialmente aquellas que te pueden desequilibrar porque la base de contacto con el suelo es pequeña e inestable.
El correcto empleo de los ojos se domina a través de la técnica de las miradas (drishtis).




Existen 9 diferentes drishtis según la dirección hacia donde va dirigida la mirada del yogui.
Cada postura cuenta con su correspondiente drishti, cuya aplicación favorece el desarrollo de la conciencia de la postura.  Al focalizar la mirada en un punto determinado nuestro cerebro conduce la actividad mental en la dirección más adecuada para la asana particular que se esté practicando.
Así, de esta manera, desarrollamos la concentración y controlamos la mente durante la práctica.
Si en la práctica nuestra vista cambiara de manera incontrolada probablemente -nos fijaríamos en la persona que tenemos enfrente, una uña que se nos ha partido, observaríamos el inmobiliario de la sala o nos fijaríamos en lo que está pasando tras la ventana.
El simple acto de la mirada fija en un punto nos permite que nuestra energía se centre en esa dirección específica. Así mover los ojos de un lado a otro distrae la mente y nos aleja cada vez más de la unión entre mente y cuerpo.
Generalmente la mirada va dirigida hacia donde dirigimos nuestro tronco o brazos. Por ejemplo miramos hacia los dedos de los pies en la mayoría de las flexiones hacia delante en posición sentado. Eso incita a alargar la parte frontal del cuerpo más que si mirásemos hacia el ombligo por ejemplo, que nos haría redondear la espalda.


Los nueve drishtis son:
1. Punta de la nariz (Nasagrai)
2. Los pulgares de las manos(Angusta ma dyai)
3. El tercer ojo (Ajna Chakra) o (Broomadhya) entre cejas.
4. El ombligo (Nabi)
5. Hacia al cielo (Urdhwa)
6. Las manos (Hastagrai)
7. Los dedos de los pies (Padhayoragrai)
8 y 9. Izquierda y derecha (Parsva)

05 abril 2012

UPAVISTHA KONASANA. FLEXIÓN EN ÁNGULO ABIERTO

Esta postura estira la cara interna de los muslos (bíceps femorales, isquiotibiales, aductores), tonifica las piernas, abre las caderas y estimula el flujo sanguíneo en la región pélvica.
"Upavistha" significa sentado y "Kona" ángulo. En esta posición las piernas se separan tanto como sea posible.




En un espiración se flexionan las caderas para inclinarse hacia el suelo con la intención de que llegue el pecho y la cabeza al suelo, la columna se mantiene extendida y la cabeza y cuello en línea.
Mantén los dedos de los pies y las rodillas hacia arriba. Respira suave y rítmicamente y ten paciencia mientras profundizas cada vez más la postura.
Para salir, coloca las manos debajo de las rodillas con el fin de mejorar el apoyo mientras vuelves a unir las piernas.
Es una postura muy beneficiosa para tratar problemas ginecológicos, porque regula el flujo menstrual y la función ovárica, además de ser una postura beneficiosa durante la menstruación y el embarazo.
Calma el sistema nervioso y alivia el dolor ciático.
Los brazos pueden ir a los lados con las manos agarrando los pies o llevar los brazos rectos hacia adelante.
No realizar en caso de desgarro de fibras en isquiotibiales o si padeces hernia discal.


Upavistha konasana con ayuda de una silla

01 abril 2012

RAMIRO CALLE: PUEDES HACER DE TU VIDA UN ESTERCOLERO, O PUEDES HACER DE ELLA UN JARDÍN


ENTREVISTA:
El introductor del yoga en España hace ya más de 40 años, y autor de más de 200 libros filosóficos en su mayoría, defiende que el bienestar personal depende de uno mismo.


Director del mayor centro de yoga de España, por el que han pasado en sus 40 años de historia más de 500.000 personas, y autor de centenares de libros de temática muy diversa, alguno de ellos auténticos bestsellers, Ramiro Calle (Madrid, 1943) se ha convertido en un guía espiritual de primer orden (debido, entre otras cosas, a su importante presencia en los medios). Admirador de Gandhi y un enamorado de la India, en la actualidad, a parte de impartir clases en su escuela, trabaja en dos nuevas obras que verán la luz próximamente. Una de ellas pretende explicar su autobiografía espiritual.



Intuyo que la crisis actual es un tema recurrente entre los alumnos de yoga que asisten a sus clases. ¿Qué nos ha llevado a ella? ¿La búsqueda insaciable por satisfacer nuestras necesidades materiales?


Nos ha llevado a ella, sobre todo, la codicia. Y la codicia bancaria en particular. Ellos son (los banqueros) los que han creado esta crisis, y encima se lo hacen pagar a la gente a la que se la han creado. Es de una inmoralidad y una injusticia… También ha habido tal voracidad, todo se ha desmesurado de tal manera, ha habido tales excesos en esta llamada sociedad del bienestar, que eso, al final, no se ha podido mantener.

En la satisfacción de dichas necesidades buscamos sentir algo parecido a la felicidad. ¿Qué entiende por felicidad?


Esta sociedad, no sólo hablo de Occidente, también de Oriente, ha entrado en lo que ya los indios llamaban el círculo vicioso del 99. Cuando tenemos de algo 99, queremos tener 100. Cuando tenemos de algo 199, queremos redondear a 200. Esto no tiene fin. Es una voracidad y una codicia sin límite que lleva todo a la putrescibilidad. Se está poniendo la felicidad, por una distorsión del enfoque, no en las cosas más hermosas de la vida, no en la amistad, no en el amor, no en el compañerismo, sino solamente en la distracción, en la diversión, en el entretenimiento. La persona cada día está más insatisfecha. La felicidad es un estado de conciencia. Como dijo Buda, "no hay otra dicha que la paz interior". Los sabios orientales de antaño decían que era lícito emplear parte de tu energía en mejorar tu calidad de vida externa. Pero recalcaban que hay que reservar también una parte para mejorar nuestra calidad de vida interna.

¿Sus alumnos acuden a sus clases en busca de la felicidad?


Todas las criaturas tenemos el impulso sagrado de sentirnos bien. Luego lo hacemos muy mal y nos sentimos peor. Por el centro de yoga han pasado 500.000 personas, de todas las edades, razas, condiciones, y todos con ese impulso de sentirse mejor. Si uno no cambia interiormente, no hay nada que hacer. Si el reformador no se reforma, si el revolucionario no revoluciona su mente, vaya suerte de reforma y revolución que va a salir de ellos.

Y para conseguirla, ¿debemos luchar contra nosotros mismos? Le he escuchado varias veces decir que la mente es perversa por naturaleza.


En la mente hay un lado muy neurótico y difícil, y un lado muy positivo. Lo que tenemos que hacer es reorganizar nuestra mente. Ir poco a poco debilitando las tendencias neuróticas y potenciando el lado más bello de la mente. Esto nos lo deberían enseñar de niños, pero como estamos en una sociedad en donde sólo se valora lo que es aparentemente productivo, pues nadie da valor a algo que es mucho más provechoso, que es nuestro propio bienestar interior y nuestra propia realización. Ya dijo Ramón y Cajal que cada uno de nosotros somos arquitectos de nuestro propio cerebro y mente.

Para sentirse bien, ¿hay que trabajárselo?


Así es. A lo largo de los años se viene practicando en Occidente la cultura del cuerpo, la gimnasia, el ejercicio físico… Pero aquí nadie se ha acordado del cultivo de la mente, de su desarrollo. El trabajo interior, sobre nosotros mismos, se debería incorporar a las escuelas.

No sé si la sociedad en la que vivimos es el mejor escenario para que uno se sienta bien… 


Esta sociedad constantemente crea lo que llamo triunfadores fracasados. Son aquellos que han conseguido todos los logros materiales, un buen estatus, bienes, riquezas… pero que, a la postre, se llevan mal con su pareja, con sus hijos, no tienen ni un solo amigo, no conocen lo que es la compasión… ¡vaya triunfador! Este perfil es lo que más prolifera en las sociedades modernas. Los principales abanderados, los americanos. 

¿Obama tiene la culpa?


Cuando un niño nace en Norteamérica se le dice: "Tú puedes llegar a ser presidente de los Estados Unidos". Pero lo que nadie le dice, y está estudiado, es que tiene 16.000 veces más de posibilidades de acabar en un hospital psiquiátrico como esquizofrénico. La gente ciega, en lugar de vivir sus propios sueños, en lugar de vivir sus propios deseos y motivaciones, vive los sueños, los deseos y las motivaciones de los demás. Y éstos últimos son los que, ladinamente, les manipulan. 

¿Y cuál es la fórmula para dejar de sufrir?


Cambiar actitudes. Cuando uno, de repente, se da cuenta de que sufre y toma un poco de consciencia de ello, es cuando acude, por ejemplo, al yoga, a la meditación. Disciplinas que le pueden ayudar. 

Siempre nos quedarán los libros de autoayuda… ¿Son una vía, o sólo un negocio?


Yo siempre diferencio entre el libro de superación personal y el libro de autoayuda. Un tanto por ciento elevadísimo de libros de autoayuda no sirven para nada. No te dan métodos que te ayuden a cambiar. Te dan afirmaciones que no dejan de ser tonterías. Los libros de auto desarrollo son otra cosa, te ayudan a aplicar claves para tu transformación interior. Todos los grandes pensadores, tanto filósofos como psicoterapeutas, han dicho que el ser humano puede mejorar, puede cambiar. ¡Y hay libros muy serios!, lo que pasa es que ahora, al haber una demanda creciente, surgen obras que son dañinas y directamente basura. Un insulto a la inteligencia. Les dicen a la gente: "Pide al universo y el universo te lo da". Y eso no funciona así. Pídete a ti mismo, exígete a ti mismo, trabaja sobre ti mismo, digo yo. 

A lo que la gente responde… 

 La humanidad está en una minoría de edad mental, emocional y espiritual. Y por ello solo se sigue a los líderes y a los ídolos. Cuando el ser humano madure, si alguna vez lo hace, ya no habrá ni líderes ni ídolos. Cada uno será su propio líder. El ser humano de hoy necesita gurús, por eso hay tantos falsos gurús que son una vergüenza. Todo menos estar con uno mismo y confiar en uno mismo. 

Buscamos ser felices, buscamos un sentido por el que vivir… ¿existe uno universal?


Cada uno tiene que buscar el suyo. El sentido es el que tú le quieras dar a cada momento. El sentido está aquí y el sentido está ahora. No está en si habrá otra vida, en si no la habrá. Tú puedes hacer de tu vida un estercolero, o puedes hacer de ella un jardín. Uno de los anacoretas que yo visito casi todos lo años en Benarés, que se llama Baba Sivananda, siempre dice: "El sentido de esta vida es cooperar con los demás. Qué lástima de vida tirada si no la utilizas para ayudar a los otros". 

Después de más de 100 viajes a la India, ¿ha encontrado usted el suyo?


Mi sentido es transmitir cada día a las otras personas las enseñanzas que yo he recibido de los que tanto me han ayudado. Cojo conocimientos, y los traslado a los demás. Alguna medicina que a mí me ha servido, trato de procurársela, nunca a través de la imposición ni de hacer proselitismo, a los otros. 

Hace un año, una bacteria contraída en Sri Lanka a punto estuvo de arrebatarle la vida. Supongo que una experiencia así deja huella.


Cuando salí de la enfermedad, después de estar muchos días en la UCI en los que nadie daba por mí un penique, estuve totalmente abarcado por dos sentimientos. Uno, la humildad. Te das cuenta de cuán frágiles somos. No hay lugar para la auto importancia. Y el segundo sentimiento era el amor. Lo único importante es el cariño de los seres humanos, el cariño a las criaturas, a los animales, a la Madre Tierra. Creo que si encontramos esta compasión y esa humildad viviremos constantemente en el sentido. 

Muchos ven en usted a alguien a quien seguir, a un gurú espiritual. ¡Qué presión!


Mucha. Por eso yo siempre digo que yo no soy un gurú en absoluto. Yo soy un aprendiz, y el deber de un aprendiz es seguir aprendiendo. Lo que pasa es que todos estamos interactuando. Tú me puedes enseñar mañana a jugar al ajedrez, y yo te puedo enseñar a respirar mejor. Es simplemente un servicio recíproco que todos nos hacemos cuando hay verdadero compañerismo y ganas de cooperar con los demás. Pero de gurú no tengo absolutamente nada. Prefiero que me digan que soy un simple instructor de yoga que un gurú, porque no lo soy.

                                                                                                 Entrevista realizada en Octubre de 2011


EL PODER DEL PENSAMIENTO (III)


EDUCAR:
La palabra educar cobija bajo su seno multitud de significados. Muchos de ellos son incluso imprecisos, si nos atenemos estrictamente a lo que queremos referirnos en este libro. Su etimología nos pone frente a sus referencias más concretas. Deriva del latín educare, ir conduciendo de un lugar a otro; y también de educere, extraer, sacar fuera. El primer significado subraya un proceso que debe llevarse a cabo paso a paso y que tiene un sentido dinámico, algo que se produce en plena movilidad; el segundo se refiere más a los resultados, pero contando con la habilidad del educador, que debe saber sacar el máximo provecho de esa persona, todo lo bueno y positivo que lleva dentro.
Educar es ayudar a alguien para que se desarrolle de la mejor manera posible en los diversos aspectos que tiene la naturaleza humana. Las educaciones particulares especifican el sector de que se trata. No es lo mismo la educación sentimental, que la sexual, que la que se refiere a la esgrima, al inglés, al dominio de la voluntad o toda la concerniente al campo cívico. Educar significa comunicar conocimientos y promover actitudes. Conocimiento quiere decir que hay una transmisión de información inicial que nos sitúa frente al tema concreto. Eso es mucho y a la vez poco. Pensemos en la educación sexual: uno no aprende a gobernar y a ser dueño de su sexualidad por el único hecho de conocer la anatomía, la fisiología y los demás mecanismos endocrinológicos de su organismo. Necesita, además, que esa información se acompañe de una orientación. Esa es la formación: dar pautas de conducta adecuadas que nos digan y expliquen con claridad, por ejemplo, para qué sirve la sexualidad, qué se debe hacer con ella... y si es bueno decir que sí a cualquier estímulo sexual que aparezca ante nosotros.
Información y formación constituyen un binomio clave en toda educación. La primera abre la puerta, y la segunda nos instala en el proceso educativo. Son dos etapas sucesivas y complementarias. No hay educación completa si falta alguna de ellas. Recibir información es acumular una serie de datos, observaciones y manifestaciones específicas. La formación va más allá: ofrece unos criterios para regir el comportamiento, de acuerdo con una cierta orientación; pretende sacar el mejor partido posible de los conocimientos recibidos, favoreciendo la construcción de un hombre más maduro, más sólido y firme, más humano y más espiritual, más dueño de sí mismo. Se puede decir, incluso, que educar es hacer que alguien aprenda a vivir con alegría.
Los resortes principales que permiten alcanzar los objetivos propuestos se inspiran, por un lado, en la motivación, y por otro, en el esfuerzo. El uno mueve, y el otro hace que a través de pequeñas luchas concretas, repetidas una y otra vez, se llegue a un entrenamiento en el autodominio, el control de la propia conducta y en el ir sabiendo posponer lo inmediato. Por ahí se descubre la senda que nos hace ver lo mejor de nosotros mismos. Toda educación tendrá los siguientes apartados y derivaciones:
  Educar es mostrar una cierta doctrina. Eso es dirigir, encauzar, llevar hacia una región determina da. No es lo mismo la educación en Psiquiatría que en Derecho Civil, en Informática o en Bioquímica, pero en todas ellas late una meta similar: llegar a dominar una serie de conocimientos más o menos básicos que posibiliten moverse en ese campo con rigor.
  Educar es perfeccionar ciertas facultades, mediante motivaciones, ejercicios específicos, ejemplos, etc. Se aprenden unas reglas que ayudan a desarrollarse con soltura en esas tareas.
  Toda educación conduce a la formación de un ser humano más completo, coherente y maduro. Completo, porque ha sido capaz de integrar vertientes diversas adecuadamente; coherente, porque busca que entre la teoría y la práctica, las ideas y la conducta, se dé una relación armónica; y maduro, porque de ese modo alcanzará un buen equilibrio personal entre los distintos componentes de su patrimonio psicológico (sensopercepción, memoria, pensamiento, inteligencia, conciencia, afectividad, etc. ), físico y social. En cualquiera de los idiomas tiene el mismo significado y aplicación.
  La mejor educación debe ayudar a la mejor formulación y desarrollo de nuestro proyecto personal. Hay en ella dos ideas: concluir, que no es otra cosa que señalar una dirección, guiar, llevar el timón. En los ejércitos profesionales que funcionan bien, el capitán, cuando avanzan en combate, no dice, «¡Adelante!», sino «¡Seguidme!», con lo que da a entender que él va delante, abriendo camino. Esa es la principal tarea del educador; la obra consiste en promover, dirigir hacia unas metas determinadas, atractivas, que lleven a cierto nivel de perfeccionamiento.
5. Es esencial la tarea del educador. Se educa más por lo que se es, que por lo que se dice. Las palabras mueven, pero el ejemplo arrastra. Es decir, el alumno suele fijarse en el profesor, buscando algo. La exposición atractiva de otra vida incita a imitarla de alguna manera. El poder del educador depende menos de sus palabras que de su presencia silenciosa y auténtica. Puede haber muchos profesores y educadores que enseñen distintas materias y asignaturas, pero hay pocos que sean maestros. En el proceso del modelo de identidad, la figura del profesor es decisiva, ya que quizá signifique el descubrimiento de una persona ejemplar a la que admirar, con la que poderse identificar uno y que sirve como punto de referencia firme en que apoyarse.
educar a una persona es entusiasmarla con los valores
Generalmente se han descrito tres posiciones respecto a la forma de educar. La primera se centra en la espontaneidad: el niño y el adolescente van creciendo con muy pocas normas, moviéndose con soltura y dictando ellos mismos sus patrones de conducta. La segunda enfatiza el voluntarismo, desde muy pequeño el niño aprende a dominar su voluntad, dirigiéndola no a lo que le apetece, sino a lo que a la larga resulta mejor para él; ésta es mi postura, aunque sin excesos. Y, por último, la tercera aboga por una vía intermedia: el niño se educa según el complejo juego que se establece entre espontaneidad y disciplina, libertad y autoridad.
Cada persona es un misterio y un tesoro, algo que hay que ir resolviendo y desvelando; un ser valioso que conviene poner en ruta hacia lo mejor de su destino. Descifrar a cada individuo y cuidarlo para que dé lo mejor de sí mismo es la tarea del educador. En otros términos, educar es convertir a alguien en una persona más libre e independiente. Toda educación humaniza y llena de amor. Si no es así, el trabajo llevado a cabo, por mucho que se llame educativo, no es tal; si esclaviza, aprisiona y no libera de verdad, a la larga tendrá un valor negativo.
Educar es instruir, formar, pulir y limar a una persona para que se vuelva más armónica y sea capaz de gobernarse a sí misma. La mejor educación pretende construir la felicidad, pero sin olvidar que no hay felicidad sin sacrificio y renuncias. Un ser humano enriquecido: ésa es la pretensión. Si todos somos perfectibles y defectibles, la educación nos aportará nuevos ideales y lo necesario para comportarnos de acuerdo con nuestra naturaleza. Como decía Sócrates a su amigo Hipócrates: «Un sabio es un comerciante que vende géneros de los que se nutre el alma. »
Existen dos máximas muy válidas cuando se habla de la educación: «No hay voluntad si no hay conocimiento de la meta» (Nihil volitum nisi praecognitum), y aquella otra, algo distinta, pero con el mismo fondo: «No se puede amar lo que no se conoce».
Toda educación es una labor de orfebrería: se debe labrar a golpe de martillo y de cincel hasta conseguir la obra bien acabada. Pero no hay que olvidar que la vida es un ensayo y, por eso, el hombre se convierte en un animal descontento, siempre incompleto y siempre haciéndose a sí mismo: es el eterno ritornello que comporta todo lo humano. Se trata de una operación progresiva y lenta que necesita tiempo para ir asimilando lo que le llega; un proceso gradual y ascendente, integral y unitario, que abarca todo lo que puede conducir a la realización más completa de la persona, según sean sus facultades (físicas, intelectuales, afectivas y de la voluntad) y circunstancias individuales (familiares, de residencia, etc. ).
Si la tarea del educador va más allá de la explicación de ciertos conocimientos, es porque tiene que saber estimular. El aprendizaje de una materia concreta pueden lograrlo muchas personas, pero el maestro debe también enseñar a vivir, ayudar a conocer la realidad personal y circunstancial en su riqueza y profundidad. De este modo emergen los valores.
Tan importante como el contenido es la personalidad de quien educa. Si ésta es singular, positiva y coherente, dará clase con su sola presencia; si es amorfa, incoherente y poco atractiva, aunque exponga los temas con claridad, siempre faltará algo en sus enseñanzas. La actitud del educador, al igual que sus modales, ha de ser propositiva. Así, sus silencios resultarán elocuentes y su palabra modelará y arropará al que la escucha.
la educación de la voluntad está compuesta de pequeños vencimientos
El tema de la voluntad nos afecta a todos de forma directa. Mientras escribo estas líneas, pasan por mi mente muchas imágenes referentes a mí mismo en este territorio. La vida, con sus exámenes, va dando cuenta de nuestra existencia, y lo hace mostrándonos —aunque no queramos— si hemos sabido o no educar la voluntad para arribar a los puertos que nos habíamos planteado. La voluntad es capacidad para hacer algo anticipando consecuencias; una disposición interior para anunciar o renunciar; algo propio del hombre, tanto como la inteligencia y la afectividad.
La razón nos hace distinguir lo accesorio de lo fundamental, nos enseña lo que es tener espíritu de síntesis y nos ayuda a ensayar una solución concreta en un momento determinado 1. La vida afectiva se expresa a través de los sentimientos, las emociones, las pasiones y las motivaciones, de las que ya hemos hablado. La vía habitual es el sentimiento, que se define como un estado subjetivo, positivo o negativo, que suele tener un tinte difuso, etéreo, pero que nos permite tomarle el pulso a los impactos que nos rodean. Casi al mismo nivel sitúo yo la voluntad, algo que no se tiene porque sí, algo que no se recibe de forma hereditaria, como el color de los ojos, la estatura o el tipo morfológico. La voluntad es una aspiración que exige una serie de pequeños ensayos y esfuerzos, hasta que, una vez educada, se afianza y produce sus frutos.
Para el niño y el adolescente, educar la voluntad significa en primer lugar huir del culto al instante (del latín instans-antis: lo que está ahí), según el cual lo más importante es vivir lo inmediato. Goethe escribía: «Detente, instante, eres tan bello. » Todos los poetas han cantado a esos «momentos privilegiados», a esas experiencias puntuales tan relevantes y fecundas, sobre todo para las personas dedicadas a las tareas creativas. Sin embargo, un síntoma frecuente de escasa voluntad es buscar sólo la exaltación instantánea de lo más próximo.
Lo primero que necesitamos para ir domando la voluntad es ser capaces de renunciar a la satisfacción que nos produce lo urgente, lo que pide paso sin más. Lo inmediato puede superarse y rebasarse cuando existen otros planes, a los que nos hemos adherido y que han sido incluidos dentro de nuestro proyecto de vida, el cual no se improvisa, sino que se diseña. Esta concepción, lógicamente, supone muchas renuncias.
La existencia es vectorial: va desde el presente hacia el futuro, pero en ella todo 2 tiene sentido, porque forma parte de un concepto general que tenemos de nuestra vida. Lo que empuja es el futuro, lo que está por llegar, y precisamente nos ilusiona porque nos conduce a la autorrealización. La alquimia de los estímulos se transforma merced a esa alegría de alcanzar algún día las metas propuestas.
La voluntad es determinación, firmeza en los propósitos, solidez en los objetivos y ánimo frente a las dificultades. Todo lo grande del hombre es hijo de la abnegación; así, por ejemplo, la entereza de volver a empezar, cueste lo que cueste, privándose uno de cosas buenas, pero que en ese momento exigen un recorte para después dirigirse hacia objetivos de mayor densidad. Quien tiene educada la voluntad es más libre y puede llevar su vida hacia donde quiera. El hombre de nuestros días, convulsionado y un tanto perdido, deambula de un sitio a otro, muchas veces sin unos referentes claros. Cuando la voluntad se ha ido formando a base de ejercicios continuos, está dispuesta a vencerse, a ceder, a dominarse, a buscar lo mejor. En este sentido, podemos llegar a afirmar que no se es más libre cuando se hace lo que apetece, sino cuando se tiene capacidad de elegir aquello que hace más persona, cuando se aspira a lo mejor; y para ello, hay que tener una cierta visión de futuro. La aspiración final de la voluntad es perfeccionar, aunque teniendo en cuenta que somos perfectibles y defectibles. Si hay lucha y esfuerzo, se puede ir hacia lo mejor; si hay dejadez, desidia, abandono y poco espíritu de combate, todo se va deslizando hacia una versión pobre, carente de aspiraciones, de forma que surge lo peor de uno mismo.


El hombre con voluntad llega en la vida más lejos que el inteligente
Esta afirmación requiere ser explicada. Los dos ingredientes más importantes de nuestra psicología son la inteligencia y la afectividad, de donde nacen dos tipos humanos contrapuestos: el eminentemente racional y el afectivo. Pero entre ambos modelos existen otros tipos intermedios de personalidad, en los que junto al predominio de una u otra característica citada se manifiestan otros elementos psicológicos: sensibilidad, creatividad, memoria, pensamiento, etc. Pero en esencia son dos los cultivos básicos. Cuando Flaubert escribió La educación sentimental, nunca pudo pensar que estaba diseñando un modelo afectivo para esa segunda mitad del siglo XIX ni las repercusiones que éste tendría 3. Después, con la llegada de Freud y las distintas psicologías, el tema se ha hipertrofiado.
Pues bien, si el amor y la razón son dos grandes argumentos de la vida del hombre, la voluntad es el puente entre ellos, de tal modo que les da firmeza con su entrenamiento. Una persona muy inteligente, pero que no ha ido poniendo la voluntad en los objetivos previstos, antes o después, se dirige hacia una travesía irregular, zigzagueante, hasta salirse de las líneas trazadas. En cambio, una persona con una inteligencia media, pero con una voluntad férrea, ordenada y constante, con disciplina y autoexigencia, llega al destino trazado, aunque sea con poca brillantez. Un ejemplo de lo que he expuesto lo vemos en el estudiante. Hace unos años, dos psicólogos americanos, Harry Ciernes y Bear, publicaron un libro que alcanzó una gran resonancia: How to discipline children without feeling guilty, sobre cómo inculcar disciplina a los niños. El texto es sencillo, pero está repleto de sentido común y de observaciones que surgen en la vida cotidiana: los niños con frecuencia suelen convertirse en problemáticos, generalmente por el mal funcionamiento del ambiente familiar en el que viven; los castigos son buenos siempre que tengan un fondo estimulante y se apliquen con suavidad, ya que son útiles para cambiar el comportamiento inadecuado. Los padres dan seguridad y confianza a un niño cuando saben educarlo con psicología; la coherencia que éstos le aporten es el mejor indicador de que la educación es correcta.
Skinner, uno de los padres de la psicología conductista, decía que del buen manejo del binomio premios y castigos dependía que los niños tuvieran una buena o mala educación.
Hay que empezar siempre por tareas pequeñas e insistir una y otra vez en ellas, sin desalentarse. Enseñar una disciplina conlleva una mezcla de autoridad y cariño, porque la severidad por sí misma no es estimulante, al contrario, produce unos efectos de impotencia ante la tarea que se tenga delante. La educación de la voluntad debe estar edificada sobre la alegría, que nos conducirá poco a poco a ser mejores, pero que no hay que confundir con hacer grandes gestas, cosas increíbles, ni renuncias extraordinarias. Para fortalecer la voluntad lo mejor es seguir una política de pequeños vencimientos: hacer las cosas sin gana, pero sabiendo que ésa es nuestra obligación; después, llevar a cabo otras tareas que cuestan, porque sabemos que es bueno para nosotros; y, más tarde, abordar aquello otro, aunque no apetezca, porque ésa será la manera de irnos haciendo hombres íntegros; finalmente, negarnos aquel pequeño capricho, para entrenarnos en el arte de ser más dueños de nosotros mismos. Así consigue una persona subirse en el jumbo de los propósitos y las pequeñas resoluciones, a base de lo menudo. Ahí debemos buscar el campo de adiestramiento, que nunca se debe desestimar porque parezca superfluo: cuidar el horario, ser ordenado en las cosas que uno maneja, planificar las cosas que se deben hacer, cuidar los detalles en la convivencia con los demás, saber aprovechar bien el tiempo, aceptar las contrariedades 4 en el devenir de cada día. Un hombre capaz de obrar así, va adquiriendo una especie de fortaleza amurallada: se hace un hombre firme, recio, sólido, pétreo, compacto, muy difícil de derrumbar. En esas cualidades inician su vuelo las personas de categoría, que con el tiempo llegarán a ser dueños de sí mismos y lograrán las cimas con las que habían soñado. Alguien con voluntad, si persevera, puede conseguir que sus sueños se hagan realidad.
Ovidio decía en una célebre sentencia: «Video meliora proboque sed deteriora sequor» («Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor»). Se necesitan factores de corrección. ¿Por qué? Porque una cosa es tener claro lo que uno debe hacer, lo más conveniente, y otra, muy distinta, aplicarnos en esa vertiente. Ahí entra de lleno la debilidad humana. La voluntad significa capacidad para hacer, para aplicarse, para trabajar en algo que previamente se ha elegido como bueno porque sus resultados serán positivos.
La voluntad nos hace operar sobre la realidad para sacarle el mejor partido; no hay que buscar el éxito resonante e inmediato, sino la victoria en las pequeñas batallas, en escaramuzas, que cada vez nos fortalecen más en la lucha. Estar educado para recibir el placer inmediato es la mejor manera de sentirse uno traído, llevado y tiranizado por el instante más cercano y que más apetece. Por ese camino, uno no llega a vencerse; al contrario, está desentrenado, porque se siente constantemente derrotado, cuando no satisface lo que le pide el momento inmediato, con esa urgencia tan típica de los que no saben decir no con alguna frecuencia, pues están acostumbrados a entrar siempre por el camino más fácil: el de la complacencia en lo cercano. La voluntad conduce al más alto grado de progreso personal, cuando se ha obtenido el hábito de hacer, no lo que sugiere el deseo, sino lo que es mejor, lo más conveniente, aunque, de entrada, sea costoso. Toda la publicidad se apoya en lo contrario: estimular el deseo y crear necesidades inmediatas al telespectador, al ciudadano.

                               Extracto del libro: "La conquista de la voluntad". 
                                                                                                         Enrique Rojas