28 septiembre 2014

LA TRANQUILIDAD DEL ALMA

Las distintas escuelas filosóficas de la Antigüedad tuvieron como uno de sus principales objetivos obtener la paz mental y la serenidad del alma (ataraxia): no sufrir, sufrir lo menos posible, o sólo cuando sea necesario.
   Cada una de ellas proponía un camino y ciertas prácticas destinadas a disminuir las perturbaciones emocionales y las preocupaciones asociadas a ellas.

   Las estrategias eran muchas y variadas: detener el pensamiento y alcanzar la indiferencia, controlar las emociones negativas y ser cada vez más "imperturbable", eliminar todas las necesidades superfluas y volver a lo natural, incorporar el placer y el hedonismo a la vida cotidiana, razonar adecuadamente, conocerse a sí mismo, sentirse partícipe del universo...
   No obstante, todas partían de un supuesto básico: para llegar a la ataraxia había que fijar todos los sentidos en el presente. La tranquilidad del alma sólo es posible si nos liberamos de la carga del pasado y la incertidumbre que genera el futuro.
   Cuando le preguntaron a Crates, discípulo de Diógenes, qué había sacado de la filosofía respondió: "Un cuartillo de lentejas y no preocuparme por nada". ¿Para qué necesitaba más? Quizá el plato de lentejas no sea importante, pero "no preocuparse por nada" es estar muy cerca de la sabiduría.

Mientras se espera vivir la vida pasa

Epicuro decía: "Nacemos una vez, pues no es posible nacer dos veces, y no es posible vivir eternamente; pero tú, no siendo dueño de tu futuro, intentas postergar tu felicidad. De este modo, la vida se consume en una espera inútil, y la muerte nos sorprende sin haber podido disfrutar de la tranquilidad".
    La esperanza inútil, la esperanza ilimitada... No digo que debamos olvidarnos totalmente del futuro, eso sería una necedad; lo que sugiero es que lo pongamos en su sitio y lo tengamos a mano por si acaso.

Una mente que fluctúa negativamente se debate entre lo que podría haber hecho y no hizo y lo que podría dejar de hacer y no es capaz de abandonar. Y mientras tanto la vida pasa.

Séneca sugería que, antes de dormir, deberíamos decirnos a nosotros mismos, alegres y contentos:
"He vivido, he recorrido el camino que me ha asignado la fortuna. Y si algún dios nos regala un mañana, recibámoslo también con júbilo, porque aquel que espera el mañana sin inquietud es plenamente feliz y dueño de sí mismo. Todo el que al acostarse se dice "he vivido", al levantarse recibe cada día un beneficio".


   Si supieras que vas a morir dentro de unas horas, ¿De qué te arrepentirías? Cuando hago esta pregunta, la mayoría de las personas se lamentan por "lo que dejaron de hacer" y no por "lo que hicieron mal". Todos ellos reconocen, sin excepción, que si volvieran a empezar correrían más riesgos, serían más atrevidos y estarían más atentos a los detalles. Menos futuro y más presente.

El carácter dulce

Muchos filósofos pensaban que la "paz interior" era imposible de alcanzar si no se establecía una convivencia pacífica con las personas del entorno. La idea no obedecía a una cuestión altruista sino pragmática: si tratas bien a las personas, habrá menos motivo de enfrentamiento, no me molestes y no te molestaré, ni te incito ni te provoco emociones negativas, y tú haces lo mismo conmigo.

Para que el prójimo no activara su lado malvado, Séneca propuso algunas estrategias de autocontrol. Por ejemplo: no poseer nada llamativo para no originar la injusta "codicia" de los demás; no exponerse a la mirada de los otros haciendo ostentación de los bienes para evitar así la envidia; no provocar a nadie para no ser odiado; y no infundir miedo a los demás. Sugería: una modesta fortuna y un carácter dulce lograrán que no infundas temor. Los hombres deben saber que eres de tal condición que pueden herirte sin riesgo de represalia; que la reconciliación contigo sea fácil y segura.
   Cuando provocamos envidia, codicia, odio o miedo a los demás, creamos un nicho de convivencia destructivo para todos. Dejar a un lado la pedantería y crear en la medida de lo posible microclimas de paz.
   Muchas veces somos nosotros mismos quienes creamos sin darnos cuenta las condiciones para una vida infeliz. Un hombre en extremo desconfiado se lamentaba porque la gente no era ambable con él, sin tener en cuenta que su conducta provocaba actitudes negativas en las demás personas; la suspicacia atrae suspicacia. Una mujer se quejaba porque sus amigas no contaban con ella, cuando en realidad era ella misma, con sus comparaciones constantes y sus demostraciones de "grandeza", la que generaba el rechazo. Un emigrante siempre estaba criticando el país donde vivía y s su gente, y luego se asombraba de lo mal recibido que era. Si templamos el ánimo y lo hacemos más amable, desarmaremos a muchos. El intento vale la pena.

La indiferencia creativa

En determinadas circunstancias, decir "ya no me importa" conlleva un alejamiento creativo que opera como un efecto de rebote y alumbra la luz al final del tunel. Un ejemplo típico de esta despreocupación productiva se da en el caso del miedo a los exámenes: si pienso que me estoy jugando la vida en cada evaluación, la ansiedad será tanta que bloqueará mis capacidades cognitivas y no obtendré una buena nota. Si cambio la dirección del pensamiento y me digo: "Me importa un rábano el resultado", podría ocurrir que la ansiedad desapareciera y todo empezara a fluir mejor. En psicología esta técnica se conoce como intención paradógica.
Un maestro budista me dijo una vez:"Cuado quieres algo desesperadamente lo alejas. Haz la prueba. Arroja el corcho de una botella en la mitad de un estanque y trata de atraerlo hacia ti moviendo el agua. Rápidamente verás que, en vez de acercarse, el corcho se desplaza en sentido contrario. Pero si dejas de mover el agua y te olvidas de él, en algún momento el viento lo traerá hacia ti".

El amor fraternal

No hay que imaginarse a los sabios antiguos como sujetos egoístas, antipáticos y sin corazón. La mayoría pensaba que los actos de amor hacia los otros, desconocidos y familiares, tenían un efecto bumerán, y, aunque no necesariamentesea ésa la intención, la calma o la alegría que logramos transmitir se nos devuelve.
La muerte de Demócrio, un filósofo griego materialista contemporáneo de Sócrates, acaeció tras un hecho especial. El hombre ya era muy viejo y estaba a punto de expirar. Su hermana estaba triste y acongojada porque Demócrito moriría precisamente durante la fiesta de las Tesmoforias y, de ser así, ella no iba a poder cumplir su deber para con la diosa Deméter. Demócrito le dijo que confiara en él y que le llevara panes calientes cada día. "Y acercándose éstos a la nariz, logró mantenerse vivo durante la fiesta. Cuando pasaron tales días, que eran tres, abandonó la existencia sin ningún pesar, tras haber vivido ciento tres años".
   Tardó en morir el tiempo necesario para que su hermana pudiera llevar a cabo sus ritos religiosos y estar en paz consigo misma. Suponemos que Demócrito murió tranquilo. En vida sostenía que el alma adquiere serenidad y armonía cuando sabe elegir los placeres que producen bienestar. Encontrarse bien con uno mismo y los demás se consigue hallando el justo medio entre lo ventajoso y lo perjudicial: en su caso, prolongar tres días más el sufrimiento para obtener la dicha de ver feliz a una persona que amaba. 

                                                                                       Extracto de EL CAMINO DE LOS SABIOS. Walter Riso
 
 

SERVICIO DESINTERESADO. UN BÁLSAMO PARA NUESTRA ALMA

El Seva o autoentrega o autodedicación.
Ésta debería ser la actitud para acercarnos al plano del servicio. Así todas las capas del ego se desvanecerán una tras otra, al ser genuino surgirá y podrás encontrar en ti su hogar.
   Cuando traemos a la memoria varias disciplinas espirituales o sadhanas, por lo general el servicio no es lo primero en lo que pensamos. Comúnmente citamos la meditación, los cantos devocionales o el yoga. Con todo, el servicio es un sadhana eficaz y completo. El servicio desinteresado es un sendero hacia la compresión de Dios.

Kat Devadasi
   Cuando se realiza un servicio partiendo de la compasión, sin desear retribución ni reconocimiento, puede constituir una fuente de alegría ilimitada. Esa alegría se encuentra en la felicidad de otro, en el reconocimiento de que todos somos manifestaciones de Dios. Cuando practicamos esa disciplina, llegamos a ver a Dios en todas partes. El mundo es el cuerpo de Dios. Todos los seres y todos los objetos son manisfestaciones de Su voluntad. Cuando encontramos al Señor en todas partes sabemos que nosotros también somos Dios.

   Cuando hacemos seva (servicio desinteresado) no debemos pensar que nuestros servicios tienen que estar confinados a los pobres y desamparados. En la esfera del servicio no hay necesidad de hacer distinciones entre ricos y pobres. Lo que importa es el servicio a la persona que lo necesita. El requisito principal es un auténtico espíritu de amor. Si no hay sentimientos de afecto y compasión, cualquier servicio se convierte en un ejercicio artificial, hecho para lograr publicidad o reconocimiento. La ostentación en la ejecución del servicio es nociva, porque se limita a inflar el ego.
   El servicio desinteresado se presenta ante nosotros como una paradoja. Para realizarlo de manera genuina, se debe actuar sin ningún deseo de recompensa o reconocimiento. Darse gratis, movidos por el anhelo, innato de ayudar a otro. En el momento de ayudar, uno se olvida de sus propias necesidades y ambiciones, así como de su propia comodidad y seguridad. La paradoja fundamental del servicio desinteresado radica en el hecho de que al no esperar recompensa, alcanzamos el más elevado premio: el "yo" se aquieta. Para los interesados en un desarrollo espiritual, es el regalo más extraordinario que puede recibir en la vida. Uno cosecha los beneficios cuando se sienta en el silencio de su ser y encuentra que la puerta interna de Luz, Amor y Paz se abre fácil.
   En el verdadero servicio desinteresado ayudamos porque se necesita y no nos preocupamos de si alguien sabe lo que estamos haciendo o a quién estamos ayudando. Es el mismo servicio si se limpia un baño o si se le alcanza al Gurú un vaso de agua para beber. Todo servicio es igual ante los ojos del Maestro y ante los ojos de Dios. LLevar una vida de no violencia, veracidad, pureza de corazón y humildad, contribuye al equilibrio mental necesario para tener experiencias fructíferas en la concentración.
Sin embargo, el servicio desinteresado provee el ingrediente de la misericordia que ayuda a abrir las puertas internas.

   Cuando ayudamos a alguien, nuestro corazón se expande. Este acto abre nuestra alma. Si nuestro afecto por los demás fluye, el amor de Dios fluye a través y en nosotros. Al tener lugar este intercambio, las vibraciones del alma empiezan a elevarse hasta el punto de poder experimentar la luz divina dentro de nosotros. Nuestras meditaciones reciben un empuje y el alma, rebosante de paz y gozo, llega a los más elevados estados de conciencia. Por lo tanto, es a través del servicio desinteresado que aceleramos nuestro progreso hacia el logro de la paz y el éxtasis internos.

                                                                                                                           Franca Martini (Kundalini Yoga)