Quien me insulta siempre no me ofende jamás. VICTOR HUGO
En el supuesto de que todavía no lo hayas conseguido, debes proponerte como objetivo prioritario superar el miedo al qué dirán, la necesidad imperiosa de tener razón, la impaciencia estresante y el resentimiento. El odio, la ofensa y la lujuria son los dardos afilados con los que el cobarde, el débil y el resentido tratan de vengarse de aquellos a quienes envidia o teme. No despilfarres tu tiempo, tus pensamientos y tus sentimientos en tarea tan innoble y mezquina como ofender o responder a las ofensas de tus enemigos.
Nos referíamos en la reflexión anterior al "defecto de ver defectos" en los demás, de manera tan injusta y parcial que no se acierta a ver las pocas virtudes, méritos y valores de una persona en concreto. Detrás de quien raramente encuentra algo valioso en sus semejantes y por añadidura mantiene una crítica implacable y despiadada siempre se encuentra un ser insatisfecho consigo mismo, frustrado y devorado por la envidia y el resentimiento. Pero ¿Quién está detrás del insulto, de la injuria, de la descalificación y del menosprecio permanente? Siempre, de forma inexorable, está el odio de quien pretende causar el mayor daño posible al denostado y vilipendiado. Estamos ante una vuelta de tuerca más por parte de quien se ahoga en sus propias miserias, actúa a la desesperada, ha perdido el control sobre sí mismo y ya no le queda en su corazón otra cosa que el odio que escupe y la furia que sigue alimentando la pequeñez y miseria humana de una tortuosa y desgraciada existencia.
Quien de verdad cree que tiene la razón en algo no necesita que nadie se la dé, a menos que no confíe en sí mismo.
¿Por qué tienes miedo al qué dirán, si cualquier frustrado, acomplejado, envidioso o resentido hablará pestes de ti, te denigrará y procurará hacerte el mayor daño posible? No gastes ni un instante siquiera en pensar en lo que puedan decir de ti, no le des la menor importancia a quien trata de escupirte el veneno de sus palabras y le caerá el esputo de su ofensa en su propio rostro.
En cuando a manifestar resentimiento contra el ofensor, ponerte a su altura y odiarle, es decir, pagarle con la misma moneda, diría muy poco en tu favor, porque sería un despilfarro de tu tiempo, de tu inteligencia, de tu voluntad y de tus sentimientos.
Quien no deja de insultarte, quien busca crearte zozobra y desasosiego, merece todavía más tu compasión que tu desprecio, más tu amor y compresión del deplorable estado psíquico y emocional en que debe encontrarse que tu crítica. ¿No te parece poca desgracia que alguien dedique la mayor parte de su tiempo a denostar e injuriar al prójimo,a repasar sus defectos y a hacerle daño, en lugar de invertir ese mismo tiempo en disfrutar de la vida y de los suyos y en ser feliz? Dedicar la corta existencia a ofender, insultar y molestar al vecino, al hermano o a quien se tercie, es el súmmum de la estupidez. No alientes con tu actitud la estupidez de nadie.
Aprendiz de sabio. Bernabé Tierno